“Nadie muere para siempre, solo mueren para
despertar a su nueva y eterna vida de belleza y mirada perdida”
Devian
siempre había sido un niño normal y corriente. Nacido dentro de una familia de
nobles ingleses, no fue de extrañar que sus modales y maneras siempre fueran exquisitos.
Su padre, un famoso cazador, había recorrido el ancho mundo en busca de las mejores
presas con las que poder saciar su inmenso ego. Muchas veces, su hijo le
acompañaba en sus viajes, aunque por regla general, el trasiego de la caza
siempre estresaba demasiado a Devian. Disparar a animales estaba bien, pero
era aburrido. Seres que caían al suelo y
se desangraban lentamente entre espasmos. Demasiado simple, demasiado banal.
Lo único
que llamaba su atención, eran los trofeos. Siempre se había maravillado de como
esos animales, que había visto morir con sus propios ojos, cobraban vida de
nuevo, para acabar expuestos en la sala de caza de su padre clavando la mirada
en el vacío por toda la eternidad. Parecen tan vivos.. Se decía, parecen más
vivos en la muerte que cuando lo estaban realmente.
La
madre de Devian, una pomposa y típica noble, normalmente se reunía con bastante
asiduidad con su grupo de lectura, formado por unas mujeres orgullosas,
despreciables y extremadamente amantes de la buena vida, que no dudaban en reírse
y faltar al respeto de sus congéneres menos agraciadas, mientras tomaban cortos
sorbos de té.
Gracias
a estas reuniones, aprendió sobre las artes, vida y costumbres de la época,
descubrió cientos de autores a los que le apasionaba leer, y sobretodo todo,
descubrió una de sus obsesiones, la belleza femenina.
En
muchas ocasiones, Devian, se quedaba embobado mirando a alguna de aquellas
señoritas, a veces mas jóvenes, a veces mas maduras, pero igualmente bellas.
Muchas veces fue reprendido por su madre, quien le insistía una y otra vez que
mirar directamente tanto a alguien estaba mal visto y era de mal gusto.
“Gracias mamá, gracias por enseñarme la
belleza..” dijo
Devian mientras asfixiaba lentamente a su madre, portando una sonrisa de oreja
a oreja.
El
joven muchacho, creció feliz, recibiendo la mejor educación que el dinero podía
pagar y siendo entrenado en las nobles artes de la música, la danza y el protocolo.
A menudo, sus padres le hablaban del futuro prometedor que le llegaría, de que
un día se casaría con una bellísima dama y de que con valor, debía continuar
con el legado familiar, impidiendo que su apellido se perdiera en el tiempo. A
la edad de 20 años, Devian, se había convertido en un apuesto e inteligente
caballero ingles. A menudo, otros nobles acudían a su casa para intentar
conseguir que sus padres aceptaran proposiciones de boda para con él.
“Gracias papá, gracias por mostrarme el arte
de la caza y haberme enseñado la belleza de la muerte y de la resurrección de
mirada perdida..” dijo Devian mientras hundía uno de los puñales de caza de su padre
en el pecho de este.
En el
año numero 25 desde su nacimiento, el joven inglés quedó huérfano. Según relató
a las autoridades, sus padres, salieron de viaje de nuevo, como de costumbre,
aunque esta vez no le habían dicho nada, y hasta ahora, no habían dado señales
de vida ni sabía nada de ellos. Ahora, él, era el único dueño de la gran casa
familiar, el cabeza de familia, y nada podía retenerlo ni atarlo a cumplir
todos los sueños y fantasías que se había estado guardando.
Una vez
hubo despedido a los agentes, entró de nuevo a su casa y fue directo a una de
las salas de esta. Abrió un pequeño armarito y se quedó mirando fijamente a dos
grandes tarros de cristal rellenos de formol que se encontraban en su interior.
“Papá, mamá, por favor, no me miréis así,
tenia que hacerlo, tenia que mentir a esa gente. Nadie puede enterarse de mis
sueños, de mis planes, nadie me arrebatará mi futuro, tengo mucho trabajo que
hacer, tengo mucho que coleccionar, tengo mucho que salvar de la fealdad de la
muerte…”
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